EL ÚLTIMO CRISTERO
CAPÍTULO VEINTE
LA INTERRUPCIÓN NUPCIAL
¿Acepta usted por esposo al señor Sóstenes Cuervo? —, le preguntó el cura a Rosalía.
—Sí lo acepto —contestó ella sonriendo dulcemente.
—¿Y usted, Sóstenes? —continuó el prelado—. ¿Acepta por esposa a Doña Rosalía Luna?
—¡Vimos a Plácido, Don Sostis! —gritaron unos niños desde la puerta de la iglesia.
Sóstenes corrió a encontrarlos. —¿Ónde lo vieron? ¿Ónde lo vieron? ¿Quén lo traiba?
—Lo vimos en la orilla del pueblo —le contestaron los pequeños aludidos—. Un hombre chaparro y gordo que traía unas carrilleras vacías lo iba cabrestiando. Iban como pa’ Gualterio.
—¡Es Procopio!—exclamó Sóstenes—. ¡Gracias! ¿Tengán? ¡Luego les doy unos centavos!
Salió del templo y arrancó calle arriba.
—¡Espere! ¿Para dónde va? —le gritó Rosalía.
—¡Tengo que rescatar a Plácido!—le contestó él—. Luego regreso a casarme con usté, ¿tengá?
—¡Qué mala suerte tiene la pobre de Doña Rosalía!— proclamó el cura desde el púlpito—. Su primer esposo se le muere al decir que sí, ¡y el segundo la abandona por un burro! ¡Esta pobre mujer va a morir virgen y mártir, oigan!
Dejó el viejo atrás la última casa y agarró por una vereda que caracoleaba entre las magueyeras. Diez kilómetros después, el sol estaba ya a medio cielo —y el viejo a medio morir con la carrera. Divisó desde la cumbre de una loma a Procopio 
tras el burro dando vuelta en un arroyo. Con el corazón dándole vuelcos se vino a toda marcha Sóstenes ladera abajo. Se tropezó diez veces y se cayó once y media, pero, gateando en partes y arrastrándose a veces, continuó, ya con el traje de boda todo rasgado por los gatuños y el charol de las botas todo descarapelado por las piedras.
Se detuvo Procopio y después de amarrarle el hocico a Plácido lo cubrió con pegarropa en tal forma que lo convirtió en una mata gigantesca de la pegajosa planta. En cuanto terminó, los pasos y el jadeo del
viejo los hicieron arrancar a todo lo que daba hacia donde fuera.
Salió Sóstenes de la última curva del camino y se
detuvo. Divisó a Procopio corriendo hacia Gualterio, pero no distinguió a Plácido. De ahí hasta Gualterio la brecha era directa. No había ni un árbol ni una roca que le obstruyeran la visión del pequeño pueblo tres kilómetros adelante.
—¡Plácido! ¿On tás Plácido?—gritó con la voz llena de tristeza—. ¿Qué te hizo este desgraciao? ¿On tás, amigo mío? ¡Tengo que alcanzar a Procopio pa’ que me diga onde te escondió!
Siguió corriendo. Poco a poco la distancia que lo separaba de Procopio fue acortándose.

Procopio llegó a Gualterio y volteó hacia atrás. El pánico se dibujó en su cara al divisar a Sóstenes que se acercaba desbocado. Comprendiendo que no tenía sentido seguir corriendo, se desnudó y escondió su ropa entre unos arbustos. Se lanzó al agua termal del estanque que era la atracción de Gualterio. En cuanto Sóstenes se acercó, Procopio llenó los pulmones de aire y se sumergió.
Sóstenes escudriñó con la mirada los alrededores. Descubrió las burbujas en el centro del estanque y se lanzó al agua.
Sabiéndose descubierto, Procopio nadó a toda velocidad hasta la orilla, con su perseguidor a un par de brazadas detrás de él. Salió del agua y se inclinó a recoger su ropa, pero en eso Sóstenes ya había también salido y se acercaba. Sin poder recoger otra cosa que sus cananas, Procopio se echó a correr desnudo y descalzo por las calles de Gualterio. Y el pánico en su rostro y su prisa no hacían más que agregarle al incidente tanta hilaridad que las gentes de todas las edades se caían de risa por las calles.
Con sus cananas vacías cruzadas sobre el pecho, Procopio se metía por aquí y por allá tratando de eludir los intentos de Sóstenes de atraparlo. El tren que se había estacionado por unos minutos en la estación comenzó lentamente a moverse.
—¡Váááámonos!—ordenó el conductor.
Ya con el gusano de vagones ganando velocidad, Procopio logró agarrarse del barandal del cabús y subirse.
Sóstenes siguió corriendo por encima de los
durmientes, pero poco a poco la distancia entre él y el tren se fue acrecentando. El ruido de la máquina y la fricción de las ruedas de acero en los rieles se fue apagando en el grado en que la cadena de vagones se volvió invisible en la distancia. Se derrumbó Sóstenes en medio de la vía, sintiéndo que iba a desmayarse por no poder controlar la respiración. Se acostó con la cara al cielo y los brazos y las piernas extendidas, como una equis con cabeza.
CONTINUARÁ
REMIGIO SOL 2013 ©
ya te di paso, muchas gracias. ay que estas cosas me gusta, son preciosas. saludos
Mil gracias, Bellezacorazón.
de nada y me alegra de verte, espero que estes bien
Está emocionante pero los nombres raros me confunden.
Lo que pasa es que yo crecí entre nombres así.
Gracias, Ave.
Deberías de agregar una sección a tu página que se titule “nombres del año del caldo.”
¡Qué gran idea!
De cualquier forma —tomando en cuenta su primer comentario— ya suprimí el apodo de Procopio, “El Uh-Oiga”.
Gracias, Ave.
A ti Apá
Aysssssssssssss, no se vale, ahora, que se había puesto la mar de interesante… va y lo dejas a medias, cachis en la mar…
¡Muy bueno… de verdad!
Un abrazo,
Mil gracias, amiga Mía.
Siempre un gran placer saludarla.
Gracias, a ti, por las cosas que ves en mis poemas…
un abrazo,
soy de Gualterio Chalchihuites, Zac.
Mil gracias por su visita, amiga Martha Aidé.
No nací en México, pero en él crecí.
Le tengo un gran amor a Zacatecas, y muy especialmente a la región de Chalchihuites.
Mi padre era originario de una comunidad llamada El agua de la Vieja.
Le reitero mi gratitud por visitar mi blog, Martha Aidé.