DRIVER: Valerio Guadiana
CIUDAD: Pasadena California
Soplaba el viento con gran intensidad, llevando y trayendo remolinos esporádicos con lluvia helada. Me estacioné frente a la mansión e hize sonar el claxon. Nadie respondió. Me bajé entonces del carro. —¡Taxi! ¡Taxi! Grité al mismo tiempo que golpeaba la puerta y presionaba el timbre.
La respuesta fue una violenta ráfaga de viento que confiscó mi sombrero. Salté tras él, y en ese preciso momento un árbol gigantesco cayó exactamente en el lugar dónde yo había estado llamando a la puerta.
—Debes estar agradecido con Dios—, Dijeron mis compñeros taxistas cuando les relaté el incidente.
— ¿Oh sí? ¿Por qué? —, les contesté. Fue Dios quien envió la tormenta que derribó el árbol. Por eso puedo decir con certeza que Dios trató de asesinarme. Pero gracias a los poderes extraordinarios de mi sombrero es que estoy vivo, y por eso desde ese momento, el único dios que tengo es mi sombrero. Ya compré una vitrina de cristal para mantenerlo protegido de contaminantes y poder rendirle la adoracón que merece.
—¿Estás loco?—, me contestaron. ¿Cómo te pones a decir semejantes idioteces? ¡Deberían quitarte la licencia de taxista!
Los dejé hablando solos y regresé a mi apartamento, donde decidí deshacerme de todos los libros y objetos religiosos que tenía. Los puse en una caja y fui a donarlos a una tienda de segunda mano.
En el trayecto de regreso me detuve a comprar todo tipo de arreglos florales y veladoras aromáticas, con los cuales adorné la vitrina.
Enmedio del aroma de las rosas y las veladoras encendidas me arrodillé y comencé mi plegaria:
—Me inclino ante ti, oh gran Sombrero que riges los destinos del universo, para pedirte un primer favor. Quiero que intervengas y hagas que despidan del restaurante La Estrella de Mar a cualquiera de los empleados que ahí laboran, para que lo reemplazen con un primo mío que acaba de llegar del sur. ¡Dame, oh Gran Sombrero, una señal de tu fantástica opmnipotencia!
La respuesta fue un temblor de tierra que causó la caída de las veladoras y desparramó el fuego por la alfombra y los muebles. El apartamento entero se convirtió en un infierno en cuestión de segundos. Corrí a la puerta, pero no pude abrirla. Mi cuerpo entero comenzó a arder y no supe más de mí.
Todo enredado cómo una momia, desperté varios días después en un hospital especial.
—Va a vivir, taxista Guadiana—, me informó el doctor. —Ironicamente, lo único que no se le quemó fue esa cara de idiota que tiene. Pero va a vivir.
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