El Crucifijo Y La Manopla

TAXI 10

CHOFER: Tranquilino Alcázar

CIUDAD: Salinas California

—¿Me llevas por favor a la penitenciaría?

—Si para allá va, para allá lo llevamos. ¿Va a visitar a a algún prisionero?

—Sí; todos los que están allí encerrados son mis hermanos. Voy a tratar de motivarlos a que cambien su vida.

—Comprendo. Es usted predicador. Yo también soy cristiano, ¡mire! Esta cruz me costó casi mil dólares. Y también tengo esta manopla de oro con una cruz para golpear con ella a quien me ataque.

—¿Me permites que te hable del cristianismo verdadero?

—Sí, claro, pero ya tengo mi religión.

—¿Conoces a alguien que esté en la cárcel?

—Desafortunadamente sí. Un primo mí está encerrado en Lompoc.

—¿Y si le llevaras a tu primo una réplica de la estatua de la libertad y él se la colgara del cuello, estaría él libre?

—Ah… no, claro que no…

—Que tú te cuelgues una cruz del cuello no te hace cristiano. Porque si así fuera, cualquiera que se colgara tres cruces del cuello sería tres veces más cristiano que tú.

—Tiene razón. A veces pienso en cosas así, pero en mi iglesia no me enseñan bien la Biblia. Me supongo que es porque ahí mismo venden cruces y estampas, y todo.

—Bueno, hombre, ya llegamos a la prisión. ¿Puedes volver por mí dentro de dos horas?

* * *

Comenzaba a llover tenuemente. Mientras le daba vueltas y vueltas al volante, también le daba vueltas y vueltas a las palabras del predicador. Desde hacía tiempo que quería yo cambiar mi vida de egoísmo inútil por una de productividad espiritual. Cuando volví a la penitenciaría ya estaba él esperándome.

—¿Y qué tal le fue con los presos? ¿Escucharon la palabra de Dios?

—Muchos la oyen , pero pocos la escuchan. Sin embargo, casi todos tienen una gran necesidad de hablar con alguien de fuera. Ya el hecho de verme lo consideran un milagro.

—¿Y… también a la gente que no está en la cárcel le ayuda usted a entender la Biblia?

—Llévame a una joyería.

—¿A una joyería? ¿Y lo qué le pregunté?

—Llévame a una joyería.

La lluvia iba y venía sin consistencia, pero sin dejar brillar el sol. Llegamos a la joyería y el predicador me miró directamente a los ojos.

—Entra y vende tus joyas.

—¿Qué? Mis… joyas?

—Sí, el crucifijo y la manopla. Véndelos por lo que te den por ellos.

—Pero.. ¿Para qué? No entiendo.

—Si quieres cambiar tu vida, entra y vende tus joyas.

Sin estar seguro de que estaba seguro —cómo dijo aquel— entré a la joyería y salí diez minutos después.

—¿Cuánto te dieron por las joyas?

—¡Son unos rateros! Ellos mismos son los que me vendieron las cosas en mil trecientos dólares, y ahora me dieron nadamás novecientos por ellas. No sí si esto será buena idea. Yo ni siquiera sé quién es usted.

—Dirígete hacia donde sea.

Llovía ya más reciesito. Dos esquinas y tres cuadras más abajo vimos a una ancianita que empujaba un carro con reciclaje. Chorreaba el agua por todos lados en su vestimenta de mil colores.

—Detente y ven conmigo, —me dijo el predicador.

Nos bajamos del taxi y nos acercamos a la recicladora.

—¿Cuánto vale su carro con todo lo que tiene dentro, hermanita? —le preguntó él.

—Uh, pues bien poquito, oigan. No creo que en el centro de reciclaje me den más de quince dólares por todo.

—Le vamos a dar novecientos dólares por el carrito con todo lo que contiene, —dijo el predicador dirigiéndose a mí.

Saqué el dinero y se lo di a la viejita, quien me miraba con una cara de incredulidad que jamás olvidaré. Luego echó a andar y se perdió en la cortina de la lluvia.

—Cierra tu taxi con llave.

—¿Para… qué?

—Ciérralo. Nos vamos a ir andando hasta el centro de reciclaje. Vamos a empujar el carro y a hablar del cristianismo verdadero.

1937 Fiat 500 Van Stipel

Remigio Sol