Vanidad

TAXI 6

DRIVER: Roy Ángel Zamudio

CIUDAD: Bakersfield California

Poco a poco había ido dejando de manejar mi taxi para dedicarme a desarrollar mi imagen física.

Mi sueño era ser campeón de fisicoculturismo. A diario pasaba varias horas en el gimnasio haciendo ejersicios para mejorar mis posibilidades de obtener el primer lugar; debía mirarme continuamente al espejo para determinar qué músculos necesitaba desarrollar.

Después de unas semanas, comencé a pasar más tiempo admirando mi reflejo en el cristal que trabajando en las inconsistencias de mi musculatura. “¡Qué hermoso soy”, exclamaba continuamente viéndome de frente; luego de espaldas; luego de perfil; “si no gano el concurso será porque de seguro los jueces están ciegos; o vendidos. ¡Qué bello cuerpo tengo! —repetía extasiado en voz alta— ¡Gracias Dios mío, por haberme hecho así”.

—¡Este sonzo ya se volvió loco!—, comentaban los demás atletas.

“¡Me tienen envidia! —les contestaba yo— ¡Me tienen envidia porque ustedes están bien panzones!”

Llegó el día del concurso y quedé en primer lugar, pero de abajo hacia arriba. O sea que quedé al último.

Llorando en mi taxi, escribo este descalabro.

La lección que aprendí es que la vanidad es un abismo sin fondo.

También concluyo que debo aplicar mi experiencia a mi vida familiar y social. Y sobre todo, a mi participación en la congregación religiosa a la que pertenezco.

Los libros sagrados son nuestro espejo espiritual; en ellos podemos ver la imagen de nuestro corazón. Si cuando los leemos pasamos demasiado tiempo admirando nuestras buenas obras, no nos va a alcanzar la vida para determinar y corregir las imperfecciones que nos impiden lograr metas más altas.

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