EL ÚLTIMO CRISTERO
CAPÍTULO TRECE
EL COSTAL
El primer tercio de la noche lo pasó Sóstenes dando vueltas en el petate. Se levantaba de pronto y se acercaba a la fogata. Le ponía más leña y le hacía aire con su sombrero. Cuando las llamas le daban suficiente luz, volvía a examinar su hallazgo.
Eventualmente lo venció el sueño. Pero en cuanto su cuerpo recuperó un poco de energía despertó y se puso de pie. Con una brazada de leña y un costal vacío se dirigió a la veta. Una vez dentro, encendió su primera antorcha y comenzó frenéticamente a trabajar. Con la experiencia de toda una vida, separaba el tepetate de la extraña materia que ponía en su costal. A mediodía se le acabó la veta. Para entonces ya su costal estaba lleno. Le amarró la boca con una correa, y con él y sus herramientas a cuestas volvió al campamento. Después de atar el costal a un pino se fue al arroyo y se metió a una tinaja. Ya dentro del agua se desnudó. Mientras se bañaba lavó sus harapos con el mismo amole con que enjabonaba su cuerpo, tendiéndolos luego a secar sobre una roca. Mirando al cielo se acostó en la arena de la tinaja con un manojo de hierba sirviéndole de almohada y el agua cobijando casi todo su cuerpo. Se quedó dormido arrullado por el murmullo del arroyo y el alondrerío en el pinar. Para cuando despertó, ya el que había secado su ropa con sus rayos se había ido. Salió del agua y se vistió. Luego fue a buscar al burro.
—¿Tás bien? ¿Tás bien, Plácido?
De detrás de unas peñas asomó el asno la cabeza, y su garganta y labios emitieron el sonido más parecido a una voz humana que un asno es capaz de producir.
—¡Prrr! ¡Prrr!
—Nomás tragando te la pasas, Plácido, hombre. Ti’ alistas porque mañana en la madrugada nos devolvemos pa’ Minasanta.
Se acercó al costal y se aseguró de que la correa estuviera intacta. Encendió luego el fuego y puso a calentar el café y la comida que le habían sobrado la última vez. Ya que cenó y recogió todas sus cosas, sacó un lápiz y una libreta.
—Pa’ ler se necesita muncha luz. Pero p’escrebir no tanta. Casi lo puede uno hacer ay al tanteo.
Sóstenes tenía dos idiomas. Uno para hablar y otro para escribir. Hablaba cómo hablaba, y escribía cómo leía. A la luz del fuego —y la poquita que quedaba del día— comenzó su mano a garabatear su mente en el papel:
“El eje del destino es silencioso. Los ruidos que se oyen en las concavidades de la mente son producidos por las pezuñas del tiempo, y por las ruedas de la nada pasando encima de las hojas muertas de la eternidad. La ignorancia del hombre es una moneda de dos caras: Una cara es el recuerdo y la otra la esperanza. El borde dentado de la moneda es el presente, y éste rueda por el filo de once dimensiones paralelas. En La catedral de la sabiduría hay dos altares mayores. En uno se venera a un dios petrificado, y en el otro a un diablo disecado. Las estatuas empotradas en las paredes son todas de gárgolas zurumbáticas. En el piso transparente del infinito hay un océano de auroras invisibles. En él flotan los cuerpos de los ángeles náufragos, cuyos dientes son diamantes expuestos al saqueo insaciable de los niños del limbo, quienes hacen collares con ellos para entregárselos como tributo a sus amos de siete cabezas”.Con el concierto de mil grillos agradeciéndole a Dios el tesoro de luceros iluminando el cielo de punta a punta, comenzó Sóstenes a prepararse para bajar la sierra. Enfustó a Plácido y cargó sus triques, dividiendo el peso en dos partes iguales. Sin que le diera la orden, Plácido comenzó a descender. Ya comenzaba a despuntar el día. No dejaba de maravillar a Sóstenes la habilidad del asno para recordar el camino.
—¿Pos cómo li’ haces, Plácido, hombre? ¡Yo ni siquera puedo ver por onde vamos!
Irían a medio cerro cuando las últimas sombras de la noche ya huían en desbandada y se escondían debajo de los pinos, perseguidas por el océano de luz que se había desbordado en el oriente. La grandiosidad del paisaje absorbió la atención del viejo de tal manera que cayó en trance. De repente los árboles parecieron cobrar la habilidad de caminar y los vio avanzando hacia él. Se pasó la mano por la frente y descolgó la cantimplora del fuste.
CONTINUARÁ
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